Querido Jesús Vázquez: "Mi profesión no vende ni se vende".

Que sí. Que yo entiendo que el tema del acoso escolar te preocupe, Jesús. Que yo comprendo que se  te parta el alma cuando ves llorar a una niña y desees que  toda España conozca su testimonio. Pero entiende también la de veces que se me parte a mí cuando vivo en primera persona la violencia en las aulas. Hay momentos en los que no se sabe  quién ha iniciado la agresión verbal o física. Cuesta averiguar si hay solo una víctima  o más de una. Se intenta reconstruir los hechos como se  puede: se pregunta qué ha pasado, se habla con los compañeros y con Jefatura de Estudios, se llama a los padres para intercambiar impresiones sobre sus hijos, se adoptan sanciones disciplinarias… Pero, cuando regresamos al aula, a la hora siguiente se repite la historia con otros protagonistas nuevos. Intentamos mediar y, en más de una ocasión, nos llevamos también alguna falta de respeto como propina. Luego volvemos a hablar con los compañeros y casi siempre alguien dice: “Yo sé” o “yo vi cómo agredían a un profesor por intentar separar a dos alumnos que se estaban pegando. Estuvo varios días de baja laboral con lesiones”. Regresas a clase y no impartes ni un minuto de tu materia porque, sin duda, es mucho más importante tratar lo que ha ocurrido. Después están las tutorías.

Querido Jesús, quisiera que en esos momentos vieras la mirada de esos padres que intentan conciliar su vida personal con el trabajo; pero a veces se ven “obligados” a elegir entre comer ese día o pasar más horas cuidando de sus hijos. De verdad. Y de repente, sin esperarlo, los llaman del instituto para decirles que su hijo se ha metido en un lío, que ha sido agredido por alguien o lo que nadie quiere escuchar: que su hijo es el agresor.  

Querido Jesús, no siempre es fácil detectar a “las víctimas”, no ya del acoso, sino de esta espiral de violencia que respiramos. ¿Sabes por qué? Porque, en cierta medida, casi todos son víctimas, en mayor o menor grado, de algo: el poco tiempo que pasan con sus padres,  las horas que están delante del móvil o  del ordenador… Por si fuera poco, también tenemos  la “nueva educación progre” que ha hecho a padres, profesores y alumnos confundir autoritarismo con respeto o, dicho de otra manera, pasar del autoritarismo a la ausencia total de autoridad. Pero,  tanto niños como adolescentes,  también  son víctimas  de las jornadas interminables   delante de esa caja tonta para la que tú trabajas.  No saben vivir sin televisión y la consumen a diario, aunque sus padres intenten impedirlo. Algunos explican: “¿Qué hago? ¿Le pongo un candado a la tele cuando me voy al trabajo?”.  Cuando les preguntas a los alumnos por qué ven la tele, te comentan que les hace gracia  que un tertuliano, de esos que trabajan en los programas que a ti te gustan, chille o ridiculice a otro;  “engancha” que “un tío se líe con una tía en una casa y después se digan de todo y  casi se peguen”, “ la Esteban no tiene Graduado, pero la tía se explica muy clarito y la entiende todo el mundo”;  “el tío que sale en Mujeres y Hombres y Viceversa  está tó güeno, pero ella es una zorra. A ver si ya la pone en su sitio”. Porque…  ¿Por qué te cuento  de qué va esto si tú lo sabes mejor que yo?

Luego vienen las Efemérides y las “campañas” de los centros de Enseñanza, esos en los que decís que “se mira para otro lado”: Día de la Violencia de Género,  Jornadas contra la Homofobia, encuestas y talleres para combatir el machismo, el Día de la Mujer Trabajadora, y un sinfín de días más en los que todos nos volvemos muy solidarios y hacemos buenos propósitos, como en Navidad. Pero, al poco tiempo, parte del alumnado ya se ha olvidado de estas campañas. Porque la realidad de su casa y su contexto son los que  mandan. Y no es fácil lidiar con ello.

Cualquier persona que se dedique a la docencia, igual que yo, sabe el desgaste tan enorme que implica esto. Más aún: cualquier persona que tenga dos dedos de frente o un mínimo de sentido común sabe que  luchamos por hacer lo imposible para erradicar la violencia de las aulas, enfrentándonos a situaciones que muchas veces ponen en riesgo nuestra higiene mental y nuestra integridad física.  Porque no es que sea duro nadar contra corriente; es que es agotador. La sociedad, ese ente invisible del que todos formamos parte, espera que  los docentes  eduquemos de manera opuesta a como “se educa desde los medios de comunicación”. La sociedad cree que tenemos la varita mágica de Harry Potter y no es verdad. En la medida de los posible, actuamos lo mejor que sabemos y que podemos. Pero las soluciones no siempre son suficientes o llegan a tiempo. Tampoco contamos, en muchos casos, con el apoyo de las familias. Es muy duro escuchar, en zonas rurales o por parte de familias que viven en riesgo de exclusión social, que una alumna tiene que abandonar la escuela en cuanto cumpla los dieciséis porque debe cuidar a sus hermanos, porque se ha quedado embarazada y quieren que se case o porque en el “instituto solo aprende tonterías y es mejor que se ponga a trabajar ya y gane dinero”. Esto también pasa. ¿Por qué no interesa visibilizarlo? ¿Por qué no se habla de ello? ¿No se te parte el alma también con esto?   

Por otra parte, querido Jesús, ¿no  se te parte el alma con el elevado número de alumnos menores de dieciséis años que son absentistas en España? Sí, me refiero a esos adolescentes que no van a la escuela aunque tengan la obligación de estar en ella. A mí sí se me parte el alma con esto también. Sobre todo, cuando tengo que luchar contra ello todos los días sin ver los resultados que espero.

Querido Jesús, ¿qué me dices del sexismo o de la anorexia? ¿Se te parte el alma con esto o, como estás acostumbrado a verlo en tu trabajo, ya no? Hace unos años tuve  varias alumnas en riesgo de anorexia. Adapté mi programación para trabajar el impacto de la publicidad actual en nuestros jóvenes. Hay muchos trabajos buenísimos editados  sobre este tema. Y entonces descubres que, en la mentalidad de muchas adolescentes, una mujer de cuarenta  años es un objeto viejo y una chica “gorda” no merece que la quieran. Supongo que estas expresiones también te sonarán de una serie que se llama La que se avecina y que arrasa en audiencia gracias a Mediaset. El problema de la serie no es que radiografíe nuestra sociedad y utilice los tópicos para hacer humor; el problema es que muchos niños de diez y once años la siguen, pero no entienden lo que se quiere transmitir con ella. En definitiva, utilizar el término “putilla o putón” (como aparece en la serie) no es considerado como una falta de respeto por el alumnado, sino que lo consideran  “algo normal”. Y sé  también que emitís dicha serie en modo bucle muchas horas del día en un canal que se llama FDF.  Con este panorama, no es de extrañar que los últimos estudios realizados sobre feminismo en los jóvenes alerten del peligro de vivir un grave retroceso. Esto incide directamente en el acoso escolar, pero rara vez se habla de ello o de cómo publicidad y televisión son las causantes de que muchas jóvenes caigan en la anorexia  porque su cuerpo no se parece al de la chica del anuncio.    

Querido Jesús, que yo entiendo que necesitéis audiencia, que yo comprendo que la tele vive de eso y para vosotros no hay límites. Habéis emitido el testimonio de una chica que presuntamente ha sufrido acoso y después la habéis sentado en el diván de la protagonista de la  serie de televisión a la que me refería antes. El tema es que para nosotros, los docentes, sí hay límites. Aunque vosotros pretendáis ofrecer una idea totalmente equivocada de cómo funcionan, en su mayoría, los centros escolares. Porque en nuestro caso no está en juego una cuenta corriente con muchos ceros o  tener audiencia, sino vidas humanas. Porque no solo queremos ayudar a las víctimas que sufren violencia, sino que a veces nos sentimos totalmente solos ante esta lucha. Incluso en ocasiones nos acostumbramos a convivir con la violencia diaria y puede que hasta terminemos por  anestesiarnos ante ella.  No hay más que echar un vistazo a las estadísticas sobre docentes que han sido agredidos verbal o físicamente para comprobar que los datos también “partirían el alma” a cualquiera con un mínimo de sensibilidad. Pero esto ya vende menos, ¿no Jesús? De la misma manera que tampoco “vendía” la noticia de un  profesor que fue asesinado por un alumno mientras ejercía su trabajo en España. Ni siquiera se le dedicó, por respeto a su memoria, un titular en condiciones. Lo que te he contado no vende. No vende  porque los docentes somos “la cadena de la competencia” que fomenta valores opuestos a los vuestros. El profesorado es ese canal  de televisión que ya casi nadie sigue: el   de “niño, consigue tus objetivos sin violencia”, “niño, no grites”; “niño, respeta si quieres que te respeten”; “niño no te quedes con lo que no es tuyo”; “niño, no mientas y ve  siempre con la verdad”.   Insisto: valores que en esta sociedad ya no venden.  

Querido Jesús, los docentes no “miramos para otro lado”. Quizás miramos en demasiadas direcciones  y eso es lo que molesta a la cadena de la competencia, al canal de los aplausos. No tenemos la llave maestra ni la varita mágica para erradicar al cien por cien la violencia de las aulas porque somos profesionales, pero no superhéroes. Pero no convertimos  en “show mediático” ninguna  desgracia ajena. Ni nos dedicamos a eso, ni  vivimos de ello. Tampoco disfrutamos reduciendo  el concepto de sociedad  a débiles frente a fuertes que deben enfrentarse. Porque para nosotros sigue existiendo algo que tampoco vende ni se vende: respeto y dignidad.

Por otra parte, nos alegra muchísimo recibir visitas en nuestros centros de trabajo. Nuestras puertas han estado y estarán siempre abiertas para acoger a personalidades  del mundo de la cultura. Nos encanta que conversen con los chavales de una manera distendida, que vean cómo funciona el centro, que visiten nuestras instalaciones, que comprueben en primera persona cómo es la realidad de los institutos de Enseñanza. Ninguna de estas personalidades ha tenido que infiltrarse a escondidas o con una cámara oculta porque siempre los hemos recibido con los brazos abiertos. Porque nuestra realidad podrá gustar o no; pero no tenemos nada que esconder. Y, como podrás apreciar por el tono de mi carta, tampoco tenemos ningún problema en llamar las cosas por su nombre. Amamos nuestra profesión y nos involucramos en ella, esforzándonos cada día por dar lo mejor de nosotros mismos y por aprender.

Decís en vuestra campaña que “buscáis valientes”. Pues una buena manera de empezar es dar ejemplo: animad a los padres a que denuncien, si saben o detectan que en algún centro escolar se  conoce un caso de acoso y se oculta o se silencia. Esa es la única forma correcta de actuar. Pero convertir un drama humano de ese calibre en un show mediático no solo no ayuda, sino que genera más violencia e indignación. En definitiva: los ingredientes con los que alimentáis el morbo, contribuyendo así a que esta espiral destructiva no se acabe nunca.

 

 

 

Ángela María Ramos Nieto. Profesora de Lengua castellana y Literatura.