No te maquilles, Verdad.

No te maquilles, Verdad.

No te maquilles, Verdad.

No te maquilles.

Tú eres preciosa así,

como te fotografió el poeta del pozo blanco

antes de su último viaje;

como te quiso el hombre humanamente humano

que lloraba la muerte de Leonor;

como te buscó el artífice

que bajó de la torre de marfil

a la Tierra para cantar tus bondades;

como te pensó el científico

que llamaba esclavos a los conformistas;

como te honró el Evangelio de Nietzsche

resucitado por las tinieblas del averno.

 

No te maquilles, Verdad.

No dejes que ensucien tu rostro con colores huecos

que solo  iluminan la fiebre del rebaño.

Tú resurges en las entrañas de la noche

que se vuelve angustia

y lates en las cicatrices de los héroes

que volvieron del Parnaso.

 

Tú ahogaste a Narciso en las aguas,

cantaste el amor de Safo,

abrazaste los placeres prohibidos de Cernuda

y acunaste a Ofelia con un manto de flores.

 

Tú hiciste que aquel rey sabio se arrodillara ante ti

y hablaste con la filósofa que exigía una habitación propia.

 

Hoy te sobra el rojo de los labios y el azul de los ojos

porque siempre te reíste de los hombres grises.

 

Tú respiras en cada verso de aquellos que hicieron historia,

que te buscaron desnuda, sin cruces, sin rosas, sin dogmas.

 

Tú habitas en el espíritu del que dio la vida por ti

y tus ojos recrean un océano de preguntas para el que te busca.

 

No te maquilles, Verdad.

No te maquilles.

Porque tienes el rostro de una niña hermosa

que no necesita disfraces

y tu cara lavada huele a la sal del mar

que viste a la Poesía.

 

Ángela María Ramos Nieto. Profesora de Lengua castellana y Literatura.